Dijimos que pondríamos un
punto final. Yo lo hice. Tú también. Y el bar de la esquina donde nos solíamos
encontrar casualmente se encargó de poner el tercero. El punto final se
convirtió en tres puntos suspensivos y de ahí salió una frase sin acabar. Como
nosotros. Acabados y hundidos. Como si no hubiésemos tenido suficiente con
tropezarnos, con colisionarnos uno frente al otro y escribirnos cuentos rotos
con un final no apto para cardíacos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario