domingo, 11 de septiembre de 2011

Lejos, muy lejos...

Por un momento pensé que me habías abandonado. Lejos de tu mirada, la que alimenta mis entrañas. Rodeada de la nada, del silencio. Entonces percibí una voz a lo lejos. Tu voz. Mi corazón empezó a expandirse y ocupó todo mi cuerpo. Notaba hasta en los dedos de los pies la fuerza con la que mi corazón bombeaba mi sangre a una velocidad acelerada. Tan acelerada como los pensamientos que paseaban por mi mente. Oí cómo me decías que podía ser capaz de confiar en ti y así llegar a tu corazón. Y yo me dispuse a romper todas las cadenas que me mantenían atada, pero supe que nunca podría hacerlo. No llegaría a tu corazón, y me quedaría allí, rota por dentro y por fuera. Y tu voz empezó a perderse, hasta que llegó el momento en que me vi de nuevo rodeada del silencio, de la oscuridad, de la nada.
Para la eternidad.

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