Somos así. Y cuando creemos
que nos hemos convertido en la excepción, no hacemos más que afirmar lo
incoherentes que somos y la incoherencia en la que vivimos.
Nos enseñan antes a juzgar
que a comprender a los demás. Hablamos sin base ni fundamento y lo hacemos a
las espaldas y en voz baja. Porque eso de decir la verdad a la cara está mal
visto, se ve que se ha pasado de moda. Y eso es algo que debemos seguir todos,
no me vayan a decir que estoy fuera de onda. Mentimos sin compasión, pero deberíamos
recordar que se alcanza antes a un mentiroso que a un cojo. Fingimos ser
maravillosos, y a veces lo somos: maravillosamente arrogantes y egoístas.
Pedimos confianza en los demás pero nosotros sólo confiamos en nuestra propia
palabra. Las buenas intenciones desaparecen, ahora únicamente entregamos
nuestra mano para conseguir algo a cambio. Nos quejamos de los pecados de los
demás, pero no nos damos cuenta de que los nuestros se asoman por la esquina.
Pero eso sí, tú sígueme
sonriendo. Que parece que todo lo solucionamos pasando de página, sin saber que
antes de eso, hay que terminar de escribirla.